Geoff Emerick tenía 15 años cuando empezó de asistente de grabación en los estudios Abbey Road. Pero su suerte no termina ahí, pues cuatro años más tarde, George Martin mediante, fue designado el ingeniero de sonido de los Beatles, que no es moco de pavo.
Hasta ahora, unas conclusiones sorbeteras porque no he despalillado el libro, y ganas no me faltan.
Primero, Emerik no oculta su admiración y amistad con Paul, a riesgo de creer que carga la mano un poco a favor de éste. El asunto se entiende, por varias razones. A estas alturas, nadie le puede cuestionar a Paul su obsesión porque las cosas quedaran perfectas, su profesionalismo como ejecutante (every time Ringo o Harrison metían la pata, Paul era el que asumía las partes de batería o guitarra), su habilidad para entender la tecnología y comunicarse mejor con el ingeniero de sonido et al, su aguante y su diplomacia para llevar por el narigón a los otros.
Segundo, hay cosas de las que preferí no haberme enterado por mi mentalidad de colegiala inocente de proteger a los músicos que admiro. Por ejemplo, que Harrison se comía el millo a cada rato con los solos, que era bastante acomplejado por el trato que le daban los dos mandamases de los Beatles y que tenía serios problemas de comunicación con su entorno. Un tipo que se baja con Something o con Isn't it a Pity, no es para que me lo deschaven así. Me dolió, por comemierda que es uno.
Tercero, traducir qué quería Lennon en sus composiciones era un reto para Paul y George Martin, que eran los que en definitiva metían baza en los arreglos. Strawberry Fields, fue un tronco de canción intimista y guitarrera propuesta por John para el Sargento Pimienta. Si terminó en lo que terminó, un single monumental hecho a punta de cojones, fue por la producción de Paul y Martin.
Cuarto, los ejecutivos llevaban la EMI como una bodega. Solo cuando los Beatles se convirtieron en lo que se convirtieron, fue que fueron un poco más flexibles.
Su proverbial tacañería para actualizar los equipos de sonido de sus estudios a menudo colocaba a los Abbey Road al fondo de la fila en tecnología, lo que dice mucho de la importancia del talento de un Emerick con los Beatles o un Alan Parsons como ingeniero de plantilla en las grabaciones del Dark Side of the Moon.
Quinto, el principio del fin de los Beatles como grupo visto desde la cabina de grabación nos ofrece un inside único y bastante objetivo. Una especie de bitácora del lenguaje corporal de un grupo que, al despegarse del pelotón de la época y ganar velocidad, fue pagando caro la osadía del talento. Uno, que piensa que todo debe ser un picnic creativo, se duele ver aparacer las grietas.
Me va a ser inevitable que en algún momento incluya alguna anécdota del libro, pero lo haré cuando el Fede tenga su ejemplar, que no soy tan sádico para tal coito interrupto. A menos que tenga su hago constar del médico o una carta de los padres justificando el adelanto. Yo soy así, creativo.
Mi generación llegó tarde a los Beatles, y mi dosis de cinismo hacia ellos, sazonada de ignorancia, se ha ido diluyendo con el tiempo. Razón de más para agradecer haber salido del cayo, porque chocar con este tipo de información, tan difícil de acceder en Nuevo Vedado da un respiro y un conocimiento sano. Lo digo no solo por poner a los Beatles donde van, sino porque el saber no tiene precio.
Si le creemos a Elvis Costello, Emerick no tiene una gota de egocéntrico o inmodestia, por lo que sus testimonios deben ser confiables. Gracias a Deus.
Y disculpen la molestia.


Pronto reseñaré a Shaun Tan, un loco del que compré un libro hace poco, y la cosa es de apaga y vamos. Aquí una viñeta de su novela gráfica The Arrival.
